26.10.12

Montmartre

Sigues dormida, pero ya puedo ver grisear el cielo negro sobre el incansable alumbrado público de París. Desde luego, la de anoche fue una velada larga, pero increíble. Ojalá cada noche fuese como la de ayer.

Veo tu pecho subir y bajar mientras respiras, los guiños que haces cuando el pelo te toca la nariz y te molesta. Mientras los primeros rayos de Sol despuntan en el horizonte, me tiendo junto a ti, observando tu perfil recortado contra la tenue luz que se cuela por el ventanal.

No quiero tocarte para no turbar tu sueño, pero me perdería una y otra vez en tu piel el resto de mi vida, y sería feliz. Suave como el terciopelo, blanca como el alabastro. Esto, y no otra cosa, es la causa de mi pasión por Montmartre; acariciarte delicadamente y observarte con timidez.

El amanecer avanza presuroso, y me duele de pensar que en apenas 36 horas tendré que marcharme de nuevo. Me deslizo fuera de la cama, busco algo de abrigo y voy a la cocina. Pongo unas fresas en un bol, chocolate fundido en otro y preparo la cafetera. Enciendo el fuego y la pongo sobre el fogón, y busco dos tazas que lleno de leche a medias. Me asomo al balcón del salón y corto una dalia granate y naranja, la coloco en un pequeño jarrón con agua y lo pongo todo sobre la bandeja.

El café borbota furioso en la vieja cafetera italiana sobre el fuego, me apresuro a apagarlo y acabo de llenar las tazas, y las pongo junto a la flor, un azucarero, las fresas y el chocolate. Cojo dos brioches, los abro y unto con mantequilla y mermelada de frambuesa. Creo que ya está bien para ser un desayuno, así que agarro la batea y me dirijo a la habitación. El Sol de la mañana ya entra en la habitación sin ningún pudor, lamiendo con su luz anaranjada tu cuerpo.

Te giras hacia mí, con cara traviesa y te sientas en la cama. Deposito la bandeja frente a ti y me siento al otro lado. Cuidadosamente, te inclinas sobre ella y me besas. Comemos entre sonrisas, miradas cómplices y "qué bueno está". Me besas de nuevo para darme las gracias al acabar, y te levantas cogiendo las cosas para llevarlas a la cocina. Después escucho caer el agua de la ducha y tu dulce voz canturreando alguna canción inglesa.

Me siento en la cama, frente a la ventana que da a la Rue Becquerel y observo a París desperezándose. Hacía sólo un mes que no nos veíamos, ni tú y yo, ni París y yo. La ciudad eterna, siempre vieja, siempre nueva, elegante, sucia, dama y prostituta al mismo tiempo. París, ciudad de luces, de sombras. Llena de vida, de cultura, de fiesta y de responsabilidad. París, oh, París, cuánto la he echado de menos.

Y a ti, a tus besos, a tus brazos rodeando mi cintura. A la miel de tus ojos, a la rosa de tu boca, a tus mejillas incendiadas cuando mis labios recorren tu cuello. A los suspiros que escapan entre tus dientes, a tu mirada penetrante fija en mi cuerpo antes de abalanzarte sobre él. A tus dedos recorriendo mi cintura. Extrañaba tu perfume, el resto de él en la almohada cuando te levantas antes que yo y te marchas, hundir la cara en ella y sentir que no te has ido del todo.

Llevamos dos años así, y aún me atacan los nervios, cuando quedan dos días para vernos. Hemos vivido tanto... Y sin embargo es como si cada vez que nos vemos, fuese una primera cita. Como si tuviésemos infinitas primeras citas, sí. Los mismos nervios, las mismas ganas, la sonrisa tonta al pensar en ello, la torpeza inicial y la  complicidad posterior al ver que ya hemos hecho todo cien veces.

Tan dentro de mí me hallo que no te escucho caminar por la habitación y rodear mi cuello con los brazos hasta que noto tus manos acariciando mis hombros y mi pecho. Tu barbilla reposa en mi espalda, y noto tu aliento erizarme el vello. Me giraría, pero quiero disfrutar esto un minuto más. Tu cuerpo junto al mío, el Sol bañándonos con su tibio manto y París atetisguándolo todo.

París... Tanto ha visto París... Si las ciudades hablasen, París no podría callar jamás. Confidente, amiga silenciosa, fiable y sincera. Nuestros cuerpos desnudos entrelazándose, como los de tantos otros amantes. El desayuno casi amistoso, como el de los universitarios que van el domingo con sus padres a un café para pasar la mañana juntos. Los gestos cómplices, la sencillez de nuestro amor, como tantas parejas en un banco en la plaza de los pintores, o en el asiento trasero de un taxi, o en un café del Boulevard de Rouchechouart.

Con voz susurrante me apremias a ducharme, tenemos que aprovechar el tiempo... 48 horas de cada mes. Parece un instante, pero durante ese instante, eres mía. Me levanto, me giro, te abrazo largamente y te beso. Me voy a la ducha, dándole la espalda a París por ti, pero confío en que sabrá entenderlo. París, la ciudad del amor. Sí, París siempre entiende a los amantes.

Forgiven Princess

25.10.12

Luxembourg (II)


Adiós, Sophie. Las palabras aún volaban de sus labios para escaparse por el centímetro que los separaba de la boca de la muchacha. La besó de nuevo, dos veces, y con su sabor todavía caliente en la boca, sonrió.

Se atusó el pelo en el ascensor, mientras se le erizaba el vello de la nuca al recordar la piel de la camarera que acababa de dejar vestida con su sudadera de la Sorbonne. Sacó el móvil, abrió un nuevo mensaje de texto y escribió:
 
"Excusez-moi, ma belle, on se retrouve en le café Le deux magots vers huit ;)" 

Buscó el nombre de su novia y lo envió. Tenía media hora para serenarse mientras iba paseando al Boulevard de Saint-Germain. El atarceder nuboso le hacía pensar que llovería, pero no llevaba el paraguas, así que se limitó a colocarse bien la chaqueta y correr para cruzar la Rue du Faub. Saint-Honoré en dirección al jardín de Tullerías. Los estudiantes y turistas caminaban por el Quai charlando animados, tomando fotos con el Sena de fondo.

Atravesó el Pont Royal, se miró el reloj y aceleró el paso, llegaba más tarde de lo que pensaba. 10 minutos después caminaba entre la gente por la Rue Bonaparte, y se dio cuenta de que al respirar, su aliento se condensaba en el aire, lanzando pequeñas bocanadas de vaho. Sonrió una vez más al ver los verdes toldos de Les deux magots, y allí la vio.

Estaba sentada, la veía de perfil, removiendo pausadamente un café con la mirada perdida en la cristalera de la cafetería. Tenía las mejillas enrojecidas, posiblemente por el aire frío que se había movido en la última hora. Caminó hasta acercarse a ella por la espalda, y le cubrió los ojos con las manos suavemente. Ella las apartó con las suyas y se levantó para saludarlo.

- Llegas una hora tarde, ¿sabes?
- Lo siento, Lou, sabes que siempre estoy liadísimo.
- Ya, tienes tiempo para todo menos para tu novia, ¿eh?
- No seas mala, preciosa, muy claro tienes que eres lo más importante para mí. Un café vienés, por favor.

 La besó tiernamente mientras la rodeaba con los brazos por la cintura. Notaba la cabeza hundida en su pecho, las manos acariciando su espalda, olía el champú de fresas que tanto le gustaba. La soltó y se sentó frente a ella. Estuvieron un rato en silencio, observándose mutuamente a través de la mesa.

- Un céntimo por tus pensamientos.
- Qué poco valoras mi genio, ¿no, pequeña?
- Lo siento Tris... Yo... Sólo...

La vio sonrojarse, y tras un instante dejó de hacerla sufrir.

- Era una broma, nena. Le doy vueltas a un proyecto que me han propuesto. Una adaptación del Doctor Fausto de Marlowe. Me permiten elegir el papel de Fausto o el de Mefistófeles. ¿Te das cuenta, Lou? ¡Puedo protagonizar una tragedia en el Folies Bergere, o en el Châtelet!
- ¿No te estás cachondeando de mí? ¿Esto es en serio? ¡¡Es genial, cariño!!
- Es totalmente en serio. Sólo que... Si acepto, giraremos la obra. No solo por todo el país, sino por Europa. Praga, Roma, Londres, Madrid, Berlín, Amsterdam, Viena... Estaría en todos los centros de la cultura del Viejo Continente... Pero no te vería en un año y medio, dos quizá.

Ya estaba, ya lo había soltado, ahora sólo tenía que esperar que ella rompiese con él y todo habría acabado, haría como que estaba destrozado y la abrazaría. Quizá se acostarían, él fingiría llorar, y se acostarían de nuevo. A la mañana siguiente, ella seguiría siendo su Isolda, en su imaginario, mientras que Tristan sería soltero y libre para hacer lo que quisiese, como siempre había sido.

- Lo entiendo perfectamente, pero te prometo que puedo esperarte, podemos hablar por teléfono, puedo ir a verte cuando libre del trabajo y la universidad, pue...
- Nena, nena, no puedo pedirte eso. ¿Sabes la presión que voy a soportar? Te volvería loca cuando hablásemos.
- Estoy dispuesta a aguantarlo, Tris, yo... Yo te quiero.

"¿Qué demonios le pasa a esta tía? No puede hablar en serio". No se conocían desde hacía tanto, ni siquiera habían quedado más de una o dos veces por semana en el tiempo que llevaban saliendo. Lo había hecho todo bien... Tratarla como una princesa, pero quedar cuando él quisiese. Darle cariño cuando estaban juntos, pero ser más bien indiferente cuando no. ¿De dónde salía aquél te quiero? Esperaba un "esta es la última que me haces", no un maldito te quiero.

- Wo, wo, relájate, no te precipites. Hace dos meses que estamos quedando, Lou. Soy 7 años mayor que tú, vivo en un mundo que crees comprender, pero te queda grande. No te lo tomes a mal, princesa, me encantas, pero esto no es para mí. Yo no estoy hecho para volar acompañado, soy un halcón solitario. Necesito espacio, y creo que esta oportunidad me viene perfectamente.
- Yo... Pero... Tú me... Yo...
- Sh... No lo pienses, no es necesario. Yo invito, ¿vale? Disfruta de la universidad. De tus amigos. Sigue cantando, compón tu música. Tal vez nos reencontremos, en un futuro, en otra vida, cuando tú y yo seamos otros.

La notaba confundida, agobiada, algo catatónica, pero al fin y al cabo, esa era una reacción más lógica que el dichoso te quiero de antes.

- ... ¿Lo... has pensado bien?
- Claro, nena, este es mi futuro, es mi presente. Es un tren que me atropella, no puedo evitarlo. Lo siento, mereces algo mejor, eres una chica dulce e inteligente, preciosa, simpática y madura. Un amor de mujer, y me llevo el recuerdo de eso, cielo, pero mereces un chico que no quiera llevarse un recuerdo, sino uno que quiera el lote completo.
- Bien, si es lo que quieres...
- Lo que necesito, chérie. No lo hago porque quiera, es que en las estrellas está escrito. Esta obra es para mí.

"Necesito actuar, y necesito poder tirarme a mujeres de 16 nacionalidades distintas, ¿en serio ni se le pasa por la cabeza esa opción? Las veinteañeras son tan ilusas, tan ingenuas, tan dulces... Casi me sabe mal perderme toda esa inocencia" se dijo Tristan.

- De acuerdo. Sólo una cosa más.
- ¿Sí?
- Tristan...
- ¿Lou?
- Tú jamás podrías interpretar a Fausto, porque eres Mefistófeles. Eres Mefistófeles y yo te vendí mi alma. Asumo las consecuencias, pero el resto del mundo debería disfrutar de tu maldad tanto como yo. Escoge el papel de Mefistófeles, naciste para engañar. Adiós.

Se levantó tirando la silla al suelo, cogió su bolso y la chaqueta y salió de allí más corriendo que andando. Los bucles castaño rojizo se arremolinaban en su espalda, botando al ritmo de su caminar, y entonces se dio cuenta.

- ¡LOU! ¡Lou, no te marches así, maldita sea! ¡Lou, espera, no nos hemos despedido! ¡Lou! ¡¡LOU!!

¿Podía ser cierto? Hacía menos de tres horas estaba en la cama de Sophie, aspirando su aroma, lamiendo su piel, y en aquel momento no le parecía echar de menos a Lou en absoluto. Y al escuchar aquellas palabras, como una bofetada, se había dado cuenta. La iba a extrañar. La extrañaba ya. Notó una punzada en el pecho, le costaba respirar. Sus ojos vidriosos denotaban que aquel papel no era para él.

Lou, la dulce chiquilla que conoció en el campus, la que le había ayudado a preparar las últimas 4 audiciones que había hecho. Lou, la que le hacía croque-monsieur para desayunar. Pensaba que no era más que una distracción, que estaba claro para él que aquello era transitorio, un pecho en el que reposar la cabeza tras un día duro, una risa cantarina que escuchar con cualquier comentario, aunque no fuese gracioso.

Era la misma Lou la que ahora le dolía tanto. Al final iba a ser cierto que no estaba hecho para el amor, o para el desamor. Se dio cuenta tarde, demasiado tarde... Sacó el teléfono, buscó el número y llamó.

-¿Soph? ¿Qué haces esta noche? [...] Voy de camino, te recojo en casa y vamos a cenar. Dentro de media hora. Arréglate.

"La vida sigue", pensó. "La vida siempre sigue, y es mi momento. Para esto le vendí mi alma y mi cuerpo al teatro, el verdadero Lucifer de esta historia. El amante más implacable y exigente que he tenido, mi verdadero amor. Mi destino, mi perdición, mi éxito y mi fracaso. Soy Fausto. Seré Fausto." 

A su paso por la Plaza de la Concordia unos chiquillos corrían frente a él espantando a unas palomas, y un grupo de turistas se sacaba fotos en la entrada del jardín. Se subió las solapas del abrigo para protegerse la cara y caminó más rápido.

Oyó a un hombre cantando L'adieu de Garou con una voz desgarrada en el portal junto a la entrada de Maxim's en la Rue Royale, y se quedó a escucharlo un poco.

"L'adieu
N'est que vérité devant Dieu
Tout le reste est lettre à écrire
À ceux qui se sont dit adieu
Quand il fallait se retenir
Tu ne peux plus baisser les yeux
Devant le rouge des cheminées
Nous avons connu d'autres feux
Qui nous ont si bien consumés

L'adieu
C'est nos deux corps qui se séparent
Sur la rivière du temps qui passe
Je ne sais pas pour qui tu pars
Et tu ne sais pas qui m'embrasse
Nous n'aurons plus de jalousies
Ni de paroles qui font souffrir
Aussi fort qu'on s'était choisi
Est fort le moment de partir
Oh, l'adieu"

Dejó caer un par de euros en la funda de la guitarra que había frente al cantante y se marchó en dirección a la Rue de Faub. Saint-Honoré. "Adiós, Lou, adiós para siempre". La lluvia comenzó a mojarle los rizos, agitó la cabeza y aceleró el paso una vez más. La melena caoba de Sophie le esperaba a 10 minutos de allí y no pensaba hacerla esperar.

Forgiven Princess

24.10.12

Luxembourg (I)

  

Ella esperaba paciente en el portal. "Llega 15 minutos tarde, ¿será normal o debería preocuparme?". Comprobó su teléfono una vez más, y sí, habían quedado a las 7 y cuarto. El ocaso creaba una amalgama de nubes rosas y azules sobre un degradado de gris a naranja, y podía ver el Sol ahogándose en el Sena.

Frente a ella aleteaban las hojas caídas de los árboles que bordean el río. Allí, a su izquierda, podía ver el esqueleto férreo de la Torre Eiffel, que le había acompañado y guiado desde pequeña, como si París fuese tan orgullosa para tener su propia estrella polar. Cerca de allí, alguien cantaba un blues.
Sintió algo en su cintura, y se giró emocinada. Volvió a sentirlo. Introdujo la mano en su bolsillo y sacó el móvil, para leer un mensaje de texto que anunciaba el lugar del encuentro:

"Excusez-moi, ma belle, on se retrouve en le café Le deux magots vers huit ;)"

Así, tan fácil... Tristan siempre le hacía lo mismo. Volvió a casa, cogió una chaqueta y se marchó a Saint-Marcel a coger el metro. Quince minutos más tarde caminaba distraida por el Boulevard de Saint-Germain, mientras jugueteaba con un botón de su camisa. Se miró en el cristal de Arts et Bijoux, sólo para descubrir que, tal y como pensaba, tenía una cara horrorosa.

Llevaba despierta desde las 5 que se levantó para ir a clase, pero a él no le había dicho nada. Bastante difícil era conseguir quedar con él, como para encima pedir días concretos. Si no fuese tan atractivo...

Siguió caminando hasta llegar a la cafetería. Los toldos verdes y dorados estaban rodeados por estufas de calle, y eligió una mesa cercana a una de ellas. Pidió un café americano, y estaba ensimismada removiendo la espuma de la taza por enésima vez cuando unas manos suaves cubrieron sus ojos.

Se levantó para saludarlo al tiempo que quitaba las manos de él de sus ojos con las suyas propias.

- Llegas una hora tarde, ¿sabes?
- Lo siento, Lou, sabes que siempre estoy liadísimo.
- Ya, tienes tiempo para todo menos para tu novia, ¿eh?
- No seas mala, preciosa, muy claro tienes que eres lo más importante para mí. Un café vienés, por favor.

 La besó tiernamente mientras la rodeaba con los brazos por la cintura. Sentía el calor de su pecho en la cara, y el perfume almizclado de Tristan rondeándola. Se sentía frágil y vulnerable, y sus mejillas se incendiaron al instante. 

Allí estaba. Sus ojos azul marino eran la laguna en la que Lou más deseaba bañarse. Deseaba poder entrar en ellos y llegar a su mente, a aquel rincón al que Tristan no le permitía acceder. Internarse en sus miedos, sus pasiones y sus deseos más ocultos, para compartir su mundo con él y conocerlo de verdad, no aquel exterior de guapo alternativo que su profesión había curtido sin que él tuviese mucha opción. O eso quería creer ella.

Estuvieron un rato en silencio, observándose mutuamente a través de la mesa. Tan cerca, tan lejos. "¿Qué pensará?". Se había hecho tantas veces aquella pregunta que  pensaba que jamás lo adivinaría.

- Un céntimo por tus pensamientos.
- Qué poco valoras mi genio, ¿no, pequeña?

Una vez más, sentía sus mejillas arrebolarse sin querer.

- Lo siento Tris... Yo... Sólo...
- Era una broma, nena. Le doy vueltas a un proyecto que me han propuesto. Una adaptación del Doctor Fausto de Marlowe. Me permiten elegir el papel de Fausto o el de Mefistófeles. ¿Te das cuenta, Lou? ¡Puedo protagonizar una tragedia en el Folies Bergere, o en el Châtelet!
- ¿No te estás cachondeando de mí? ¿Esto es en serio? ¡¡Es genia, cariño!!

El rostro de Tristan, envuelto en sus preciosos rizos color miel, se expandió en una sonrisa repleta de dientes, rodeada por sus carnosos labios.

- Es totalmente en serio. Sólo que... Si acepto, giraremos la obra. No solo por todo el país, sino por Europa. Praga, Roma, Londres, Madrid, Berlín, Amsterdam, Viena... Estaría en todos los centros de la cultura del Viejo Continente... Pero no te vería en un año y medio, dos quizá.
- Lo entiendo perfectamente, pero te prometo que puedo esperarte, podemos hablar por teléfono, puedo ir a verte cuando libre del trabajo y la universidad, pue...
- Nena, nena, no puedo pedirte eso. ¿Sabes la presión que voy a soportar? Te volvería loca cuando hablásemos.
- Estoy dispuesta a aguantarlo, Tris, yo... Yo te quiero.
- Wo, wo, relájate, no te precipites. Hace dos meses que estamos quedando, Lou. Soy 7 años mayor que tú, vivo en un mundo que crees comprender, pero te queda grande. No te lo tomes a mal, princesa, me encantas, pero esto no es para mí. Yo no estoy hecho para volar acompañado, soy un halcón solitario. Necesito espacio, y creo que esta oportunidad me viene perfectamente.

No lo entendía. Las palabras se agolpaban en sus labios para salir atropelladamente, y no conseguía articular más de dos seguidas.
- Yo... Pero... Tú me... Yo...
- Sh... No lo pienses, no es necesario. Yo invito, ¿vale? Disfruta de la universidad. De tus amigos. Sigue cantando, compón tu música. Tal vez nos reencontremos, en un futuro, en otra vida, cuando tú y yo seamos otros.
- ... ¿Lo... has pensado bien?
- Claro, nena, este es mi futuro, es mi presente. Es un tren que me atropella, no puedo evitarlo. Lo siento, mereces algo mejor, eres una chica dulce e inteligente, preciosa, simpática y madura. Un amor de mujer, y me llevo el recuerdo de eso, cielo, pero mereces un chico que no quiera llevarse un recuerdo, sino uno que quiera el lote completo.
- Bien, si es lo que quieres...
- Lo que necesito, chérie. No lo hago porque quiera, es que en las estrellas está escrito. Esta obra es para mí.

Aquel bastardo mentiroso había jugado con ella. La había hecho sentir perfecta, querida, importante. No le preocupaba en absoluto, jamás le había preocupado, y la había hecho pensar que era el centro de su mundo. Sentía arder todo su cuerpo, consumiéndose por la ira incontrolable que Tristan le provocaba en aquel momento. Una hora antes sus articulaciones se desmontaban al pensar en los fuertes brazos de su novio rodeándola, pero en aquel momento sólo deseaba abofetearle una y otra vez.
- De acuerdo. Sólo una cosa más.
- ¿Sí?
- Tristan...
- ¿Lou?
- Tú jamás podrías interpretar a Fausto, porque eres Mefistófeles. Eres Mefistófeles y yo te vendí mi alma. Asumo las consecuencias, pero el resto del mundo debería disfrutar de tu maldad tanto como yo. Escoge el papel de Mefistófeles, naciste para engañar. Adiós.

Se levantó tirando la silla al suelo, cogió su bolso y la chaqueta y salió de allí más corriendo que andando. Parece que algunas lagunas no esconden calma, sino una poza de lava ardiente que quema el alma de quien osa acercarse. Su piel parecía la de alguien demasiado joven para ella, se sentía vieja, vetusta, demasiado sabia. Demasiado sabia, demasiado dolor por saber. Lo oyó gritar su nombre, pero no lo escuchaba. Ya no escuchaba nada.

Ahora preferiría haber jugado en la superficie con un palo, haber tirado piedrecitas a la laguna en lugar de lanzarse de cabeza, porque el fondo la había atrapado y se asfixiaba en su interior. Corrió hasta el muro que rodeaba el Sena, y allí gritó entre turistas. Gritó y lloró, golpeó la piedra con las manos y acabó sentada hecha un ovillo, recogiendo sus piernas con los brazos, con la nariz enterrada entre sus rodillas y la mirada perdida en las ruedas de los coches que llegaban de la Rue Bonaparte para incorporarse a la Quai Voltaire.

Una suave lluvia comenzó a perlar su cabello, sus hombros, sus piernas. Se sentía vacía. No sabía muy bien como, pero se había levantado y caminaba hasta la Rue de Bac, para coger el metro nuevamente. Al bajar las escaleras se dio de bruces con una chica y le tiró el libro al suelo. Se agachó para recogerlo y leyó el título. Le sourire, de Patrick Drevet, la miraba desde abajo. Sonrió, porque le parecía tan absurdo recoger una "sonrisa" del suelo que no le quedó alternativa. Devolvió el tomo a su dueña comenzando a reirse, y al ticar el bonometro su aliento se había transformado en una carcajada histérica.

París, la ciudad del amor, pensó. En los altavoces sonaba L'amour, de Carla Bruni.

" L'amour, hum hum, ça ne vaut rien,
Ça m'inquiète de tout,
Et ça se déguise en doux,
Quand ça gronde, quand ça me mord,
Alors oui, c'est pire que tout,
Car j'en veux, hum hum, plus encore,
Pourquoi faire ce tas de plaisirs, de frissons, de caresses, de pauvres promesses ?"

"Eso me pregunto yo", pensó Lou. "Eso me pregunto yo". Siguió riendo hasta que montó al metro, lleno de caras serias. "L'amour, hum hum, pas pour moi".

Forgiven Princess